Esto se acaba.
A
simple vista, puede parecer una frase muy normal, corriente y moliente. Sin
embargo, yo cada vez que tengo que pensarla o decirla, se me cierra el
estómago.
Me
asusta mucho, muchísimo. He podido sentir miedo por muchas otras cosas en mi
vida, pero esta vez estoy asustada de verdad. Como cuando de pequeña le pedía a
mi madre que dejase la luz del pasillo encendida porque no quería dormir a
oscuras. Sentía miedo por lo que pudiese haber debajo de la cama o detrás de
las cortinas. Recuerdo que se me cerraban los ojos pero cada 15 minutos los
volvía a abrir para comprobar que la luz seguía encendida.
Supongo
que esto es como con todo, al final con el tiempo, este miedo se me habrá
pasado. Pero dudo bastante que vuelva a casa siendo la misma persona. Porque,
aunque a día de hoy ya no duermo con la luz encendida, tampoco me sigue
gustando la oscuridad total. Sin embargo, hace tiempo que he dejado de sentir
ese miedo.
Inevitablemente,
tras casi acabar este Erasmus, estoy empezando a hacer un balance de mi vida.
No de la que llevé seis meses atrás, la que dejé en el aeropuerto de Málaga. Mi
vida ahora. He vivido. Y qué bonita, joder. Qué de cosas he hecho, cuánto
cuantísimo cuantisísimo he llorado. Madre mía y lo que me queda por llorar, al
menos hasta que coja el avión. La depresión post-erasmus la dejo para otra entrada
en el blog.
También
he reído mucho. No he dejado de reír ni un día, de hecho. Me resulta todavía
inconcebible todo lo que se puede hacer en 24 horas. Me he levantado, he cogido
un tren y me he movido a la otra punta de este país mío ya, he almorzado en uno
de los tantos canales de Holanda, vuelto a casa, cogido la bici y visitado otro
pedazo de Nimega, me he duchado y cenado y vuelto a preparar para 6 horas más
de incansables bailes y botellas de vino. Y cuando después del día llegaba a
casa, no he necesitado quitarme los zapatos al entrar, porque ni siquiera me
dolían los pies. Si es cierto que al día siguiente podía amanecer bastante
hecha mierda, pero en un par de horas ya estaba lista para la siguiente
aventura, que aunque me pareciese irreal, acababa siendo mejor que el día
anterior.
¿Cómo
es posible que se vaya a acabar esto?
He
podido levantarme por la mañana y celebrar mi cumpleaños en tres países
distintos y seguir celebrándolo en dos países más, durante toda una semana.
Como en las bodas gitanas. He bailado y bailado y vuelto a bailar cual
lagartija en bares de barrio en los que estábamos tan solo 3 amigas más y yo y
toda una larga lista de reggaetón malo antiquísimo. También, con la misma
intensidad (o incluso más) he bailado canciones dutch indescifrables, y esto no es fácil porque estos holandeses les
ponen énfasis a todas las vocales y todas las letras del abecedario.
Y
los pre-drinking, cuando jugamos a drinking games en los cuales por
supuesto todos acabamos perdiendo porque el inglés se nos termina trabando en
la lengua cada cinco minutos, por lo que
volvemos a empezar… y así. Hemos convertido mesas y sillas desvencijadas en pódiums
y pistas de baile, los sofás deshilachados en las mejores camas y rincones de
tertulias y charlas secretas. Los largos pasillos en botellódromos abarrotados en los que echabas más de treinta minutos
en cruzar de una punta a otra… Y los cuartos de baño de metro cuadrado en
puntos de reunión de 5 personas en los que, pese a todo, nos organizábamos a
las mil maravillas unas con otras para pasar el papel higiénico, sujetar el
bolso o la copa, echar una foto o un vídeo de 15 minutos y mantener cerrada la
puerta del baño.
Quizás
algunos hayan tenido Erasmus mejores, más intensos, más tranquilos o
simplemente distintos al mío. Sin embargo, para mí, ha sido perfecto.
En
algunos momentos, agridulce. He agachado la cabeza y he sentido rabia,
impotencia, tristeza, nostalgia y rabia otra vez. Pero cuando volvía a abrir
los ojos, me encontraba con la mirada de todas esas personas que como yo, vinieron
absolutamente solas. En ningún momento han dejado de abrazarme, incluso cuando
no había motivo para hacerlo, simplemente lo inventábamos. Nos hemos apretujado
los mofletes y hecho cosquillas aun cuando hablábamos de temas serios. Y eso,
me ha dado la vida aquí. Porque Nimega
es preciosa, pero mi experiencia ha sido un mix entre la ciudad y los cientos
de ojillos brillantes de las personas que conformaban mi entorno. Todos
llegamos igual, pasamos por cosas parecidas y nos vamos a ir con el mismo
pensamiento: “Esto se acaba, pero qué mierda”.
He
vivido experiencias bastante fuertes, y otras que a día de hoy ya no me lo
parecen tanto porque he acabado por acostumbrarme a este ritmo. Todas ellas me
han cambiado. Puede que note todo esto más intensamente cuando aterrice, pero
puesto que estoy haciendo ahora balance, me empiezo a dar cuenta de ello.
Y no
quiero quitarme esta sensación en la vida. Sentir que cojo mi bici y voy y
vengo sola, que llego a una resi o a una discoteca y ya tengo tres amigas lapas
con los brazos abiertos y las sonrisas limpias, de oreja a oreja. Estudiar en la biblioteca y parar cada diez
minutos porque el día anterior merece ser comentado un par de horas más. Y los sagrados eventos de Facebook a los que
asistimos haya examen, diluvie o esté la rueda de la bici pinchada.
Las
semanas se me pasan volando, los días siempre acaban demasiado pronto y las
noches nunca han podido ser más cortas. Y todo esto al final se acaba. Porque
el tiempo es un hijo de puta y nos roba los mejores momentos en un segundo y
los más feos nos los hace eternos. Pero es solo tiempo y al final, se acaba.
Nunca pensé que pudiese exprimirlo tanto y hacer todo lo que he hecho y lo que
sigo haciendo, aunque ya me queden días. Pero por mucho que quiera que esto se
alargue, sé que siempre ha tenido fecha de caducidad, desde el primer momento
en el que pisé suelo holandés. Quizás por eso he vivido tanto de forma tan
intensa, porque siempre he tenido en mente que iba a ser efímero e irrepetible.
Sin embargo, me ha hecho falta llegar aquí y vivirlo para darme cuenta de que
lo que hay en España tampoco es para siempre. He vivido pasivamente pensando que así lo era
y no he podido estar más equivocada. He tenido el mismo tiempo aquí que allí y
he podido hacer muchas de las cosas que estoy haciendo ahora, y no las he
hecho. He malgastado horas en preocuparme por temas absolutamente absurdos y no
he aprovechado del todo momentos increíbles que no van a volver a presentarse ya.
Posiblemente
vuelva a acostumbrarme de nuevo y a adaptarme a los cambios, que tampoco son perenes.
Sin embargo, transpiro vida por los poros y eso es algo que lo cambia todo,
porque dudo que vuelva a dejar de vivir intensamente mí tiempo. Ninguna
preocupación es lo suficientemente grande como tampoco hay buenos ratos
eternos. Al final de todo, cuando echamos la cabeza en la almohada y hacemos
balance, solo quedan las sensaciones que hemos vivido, por lo que más nos vale
que sean buenas.
Por
todo esto, jamás pienso en lo que me va a pasar mañana, simplemente porque no
tengo ni idea de cómo va a acabar mi día aquí y eso es una sensación que me
quiero llevar en la maleta de vuelta.
Aunque
esto se acabe, he dejado un pedacito de mí en Nimega y en todas esas vidas porque
sí que es cierto que Home is where the
heart is. Y yo, tengo casa ya por todo el mundo.
“We
travel because we need to,
Because
distance and difference are the secret tonic to creativity.
When
we get home, home is still the same,
But something
in our minds has changed,
And that
changes everything”.