La entrada de hoy va enteramente dedicada a las bicis, en especial a la mía, Lily (Lola en castellano).
Últimamente
ha estado haciendo un tiempo espectacular en Nimega y a día de hoy me sigue
resultando acojonante cómo ya casi no puedo ver las casitas de colores desde mi
ventana. Está plagado todo de verde, miles de hojitas nuevas y flores de
colores. Y también de bichitos, y arañas, pero bueno estamos en primavera…
En
estos días no es que esté usando mi bici más de lo normal, pues pedaleo
diariamente cerca de dos horas que son muchos, muchos pedaleos. Sin embargo, sí
que es verdad que dar paseos con la bici ahora mola bastante más.
Para
mí la bici es como una especie de “terapia” para todo. Por ejemplo, al ir a
clase. Casi siempre llego justilla (nunca demasiado tarde) y al tratar de
desbloquear el candado y sacar mi bici de entre la maraña de bicis, me pongo
nerviosita y a veces comienzo a blasfemar. Pero cuando me monto y comienzo a
pedalear, poco a poco se me pasa el cabreo. Hay días en los que sonrío porque
ese día no hay viento huracanado y puedo ir más rápido. También ocurre a veces
que las cuestas no se me hacen tan duras y puedo adelantar a gente de mi edad
(casi siempre solo adelanto abuelitos y niños de 15 años). Y ya si hace sol y
voy en cazadora o MANGA CORTA entonces hasta me sale tararear alguna
cancioncilla.
Mi
bici también me ayuda cuando hace mal tiempo. Cuando estoy más nerviosa o más triste
porque también echo de menos España. En muchas ocasiones, llueve para joder,
llueve y hace viento que logra que pierdas el equilibrio en algunos momentos y se
muevan las ruedas para el bordillo. Esas veces en las que estoy más nerviosa y
triste, tomo aire y mientras pedaleo, cojo el manillar de agujeritos y cierro
los puños hasta que se me queda la marca en las palmas de las manos. Y pedaleo
fuerte, con cuestas, viento y lluvia. Esos días hasta las abuelitas me
adelantan pero por mucho que esté sudando y pasando frío a la vez, no paro de
pedalear. Al principio me dolían un poco las piernas, pero ya no me salen ni
agujetas y apenas me canso. Aunque tengo la bici más destartalada del mundo
entero, y hace ruidillos raros de vez en cuando, siempre está ahí esperándome a
pesar de que sabe que vamos a pillar la mojá del siglo.
Hasta
ahora solo había cogido la bici con chaquetón, guantes, bufanda y gorro y la
mochila plagada de cosas. Ahora también la cojo con la espalda cargada pero he
llegado a salir en MANGA CORTA y pantalón remangado. Incluso con bolsito. He
salido maquillada y he llegado a mi destino sin las lágrimas resequillas del
frío o los ojos panda.
Madre
mía, qué pasada. Ha hecho calor, calor de tomar el sol y coger un ligero tono
rosado. He visto holandeses negros-rubios y esto es algo muy extraño que a día
de hoy solo le doy explicación con los rayos UVA de esteticien. Pero qué guay
se está en los miles de lugares verdes que tiene esta ciudad. Hay muchos
bichillos (me reitero) pero bueno, estamos en primavera. El aire es fresco pero
no frío y hace sol que calienta pero no achicharra. En esos días, cogemos la
bici y damos paseos y sonreímos. En algunos momentos, hasta me puedo permitir
cerrar los ojos (3 milésimas de segundo) y subir la cara mirando al cielo. Hay
momentos de verdadera paz.
Esto
antes no podía hacerlo muy a menudo. Porque ya voy con una sola mano casi
siempre, y estoy flipada. Cojo mi móvil y envío notas de voz por WhatsApp. Ya
hasta puedo escribir y no mirar al frente y estrellarme. Me estoy haciendo una
experta total. Y cuando hay cuesta abajo, saco los pies de los pedales y abro las
piernas, en modo trapecista (siempre cuidando los frenos). Pero lo mejor de
todo no es eso, lo más mejor es que puedo llevar “paquete” detrás y mantengo el
equilibrio y subo algunas cuestas sin caerme.
En
mis paseos por bici, a veces oigo el ruido de la cadena de Lily y me ofusco un poco
porque es molesto. Pero la mayoría de las veces, apenas me creo que suena
porque me concentro en mi respiración y en el concierto que dan los miles de
pájaros de los arbolillos. Es increíble que a veces, pese a estar rodeada de
edificios, si cierras los ojos, parezca que estás en pleno bosque. Mi estación
favorita del año ya era la primavera pero al llegar aquí, estoy más convencida
aún de que no hay época mejor.
Con
Lily voy todos los días pero también todas las noches. Hay noches en las que
estrello a Lily contra objetos inanimados o contra otras bicis con personas.
Pero es absolutamente involuntario y nunca me la he cargado. Esas noches no me
encuentro nada segura en la bici, pero veo que los que están a mí alrededor
también se sienten como yo y ya me encuentro mejor. Gracias a la bici, me da el
fresquito en la cara y soy más consciente. Además, aquí en Holanda los
semáforos son la leche y se ponen súper rápido en verde y a veces no hay por
qué frenar. Algunas noches, tocamos el timbre y creamos canciones. Otras,
tocamos el timbre sin ningún tipo de compás. Todas y cada una de esas noches,
he llegado con la bici sana y salva a la cama.
Mi
bici no tiene luz delantera porque la descolgué un día de mucho nerviosismo al
tratar de colgarla en el parking de bicis de la universidad. De eso hace ya un
par de meses, pero nunca encuentro el momento de volver a ponerle otra nueva.
La verdad es que, pese a ser algo necesario, me he fijado que el 75% de las
bicis tampoco tienen luces o tienen luces chiquititas que no se ven nada. Aun
así, siempre he visto bien durante las noches, porque todos los caminos tienen
luz.
En
los bolsillos de mi bici he guardado mi mochila para explorar países, zapatos
de tacón, comida del Albert Heijn, del Emté, del Jumbo…también he guardado
apuntes y cientos de billetes de tren recién impresos en la biblioteca. Las
ruedas de mi bici han pisado todas las calles de adoquines del centro, las
piedrecitas y la hierba de los parques kilométricos de Nimega, las ramitas de
los árboles que hay todos los días por los vientos huracanados, los parking de
Talia, Hoogeveldt y Vossenveld y alguno más. Incluso, ha pisado varias veces
terreno alemán. Una vez se me pinchó la rueda y tuve que estar sin usarla
algunos días. Eso me hizo probar otras bicis y echar más de menos a la mía.
Mi
estancia aquí se va acabando y lo voy notando todos los días, como también lo
hacen los de mi alrededor. Sé que en algún momento tendré que revender mi bici
y eso me da bastante penilla. Creo que me va a hacer mucha falta cuando vuelva
y voy a echar mucho de menos correr y sentir el viento en la cara (más que nada
porque en verano al sur, no hay viento ni hay ná).
Todo
esto me está sirviendo para darme cuenta de lo útil y necesario que es una
bici, para ir mil veces más rápido a los sitios sin gastar absolutamente nada
y, para que al llegar, todas esas preocupaciones, estrés, etc. se disipen y aterrice
feliz, con ganas y en calma.