domingo, 15 de mayo de 2016

Lily


La entrada de hoy va enteramente dedicada a las bicis, en especial a la mía, Lily (Lola en castellano).

Últimamente ha estado haciendo un tiempo espectacular en Nimega y a día de hoy me sigue resultando acojonante cómo ya casi no puedo ver las casitas de colores desde mi ventana. Está plagado todo de verde, miles de hojitas nuevas y flores de colores. Y también de bichitos, y arañas, pero bueno estamos en primavera…
En estos días no es que esté usando mi bici más de lo normal, pues pedaleo diariamente cerca de dos horas que son muchos, muchos pedaleos. Sin embargo, sí que es verdad que dar paseos con la bici ahora mola bastante más. 

Para mí la bici es como una especie de “terapia” para todo. Por ejemplo, al ir a clase. Casi siempre llego justilla (nunca demasiado tarde) y al tratar de desbloquear el candado y sacar mi bici de entre la maraña de bicis, me pongo nerviosita y a veces comienzo a blasfemar. Pero cuando me monto y comienzo a pedalear, poco a poco se me pasa el cabreo. Hay días en los que sonrío porque ese día no hay viento huracanado y puedo ir más rápido. También ocurre a veces que las cuestas no se me hacen tan duras y puedo adelantar a gente de mi edad (casi siempre solo adelanto abuelitos y niños de 15 años). Y ya si hace sol y voy en cazadora o MANGA CORTA entonces hasta me sale tararear alguna cancioncilla. 

Mi bici también me ayuda cuando hace mal tiempo. Cuando estoy más nerviosa o más triste porque también echo de menos España. En muchas ocasiones, llueve para joder, llueve y hace viento que logra que pierdas el equilibrio en algunos momentos y se muevan las ruedas para el bordillo. Esas veces en las que estoy más nerviosa y triste, tomo aire y mientras pedaleo, cojo el manillar de agujeritos y cierro los puños hasta que se me queda la marca en las palmas de las manos. Y pedaleo fuerte, con cuestas, viento y lluvia. Esos días hasta las abuelitas me adelantan pero por mucho que esté sudando y pasando frío a la vez, no paro de pedalear. Al principio me dolían un poco las piernas, pero ya no me salen ni agujetas y apenas me canso. Aunque tengo la bici más destartalada del mundo entero, y hace ruidillos raros de vez en cuando, siempre está ahí esperándome a pesar de que sabe que vamos a pillar la mojá del siglo. 

Hasta ahora solo había cogido la bici con chaquetón, guantes, bufanda y gorro y la mochila plagada de cosas. Ahora también la cojo con la espalda cargada pero he llegado a salir en MANGA CORTA y pantalón remangado. Incluso con bolsito. He salido maquillada y he llegado a mi destino sin las lágrimas resequillas del frío o los ojos panda. 

Madre mía, qué pasada. Ha hecho calor, calor de tomar el sol y coger un ligero tono rosado. He visto holandeses negros-rubios y esto es algo muy extraño que a día de hoy solo le doy explicación con los rayos UVA de esteticien. Pero qué guay se está en los miles de lugares verdes que tiene esta ciudad. Hay muchos bichillos (me reitero) pero bueno, estamos en primavera. El aire es fresco pero no frío y hace sol que calienta pero no achicharra. En esos días, cogemos la bici y damos paseos y sonreímos. En algunos momentos, hasta me puedo permitir cerrar los ojos (3 milésimas de segundo) y subir la cara mirando al cielo. Hay momentos de verdadera paz. 

Esto antes no podía hacerlo muy a menudo. Porque ya voy con una sola mano casi siempre, y estoy flipada. Cojo mi móvil y envío notas de voz por WhatsApp. Ya hasta puedo escribir y no mirar al frente y estrellarme. Me estoy haciendo una experta total. Y cuando hay cuesta abajo, saco los pies de los pedales y abro las piernas, en modo trapecista (siempre cuidando los frenos). Pero lo mejor de todo no es eso, lo más mejor es que puedo llevar “paquete” detrás y mantengo el equilibrio y subo algunas cuestas sin caerme.  

En mis paseos por bici, a veces oigo el ruido de la cadena de Lily y me ofusco un poco porque es molesto. Pero la mayoría de las veces, apenas me creo que suena porque me concentro en mi respiración y en el concierto que dan los miles de pájaros de los arbolillos. Es increíble que a veces, pese a estar rodeada de edificios, si cierras los ojos, parezca que estás en pleno bosque. Mi estación favorita del año ya era la primavera pero al llegar aquí, estoy más convencida aún de que no hay época mejor. 

Con Lily voy todos los días pero también todas las noches. Hay noches en las que estrello a Lily contra objetos inanimados o contra otras bicis con personas. Pero es absolutamente involuntario y nunca me la he cargado. Esas noches no me encuentro nada segura en la bici, pero veo que los que están a mí alrededor también se sienten como yo y ya me encuentro mejor. Gracias a la bici, me da el fresquito en la cara y soy más consciente. Además, aquí en Holanda los semáforos son la leche y se ponen súper rápido en verde y a veces no hay por qué frenar. Algunas noches, tocamos el timbre y creamos canciones. Otras, tocamos el timbre sin ningún tipo de compás. Todas y cada una de esas noches, he llegado con la bici sana y salva a la cama. 

Mi bici no tiene luz delantera porque la descolgué un día de mucho nerviosismo al tratar de colgarla en el parking de bicis de la universidad. De eso hace ya un par de meses, pero nunca encuentro el momento de volver a ponerle otra nueva. La verdad es que, pese a ser algo necesario, me he fijado que el 75% de las bicis tampoco tienen luces o tienen luces chiquititas que no se ven nada. Aun así, siempre he visto bien durante las noches, porque todos los caminos tienen luz. 

En los bolsillos de mi bici he guardado mi mochila para explorar países, zapatos de tacón, comida del Albert Heijn, del Emté, del Jumbo…también he guardado apuntes y cientos de billetes de tren recién impresos en la biblioteca. Las ruedas de mi bici han pisado todas las calles de adoquines del centro, las piedrecitas y la hierba de los parques kilométricos de Nimega, las ramitas de los árboles que hay todos los días por los vientos huracanados, los parking de Talia, Hoogeveldt y Vossenveld y alguno más. Incluso, ha pisado varias veces terreno alemán. Una vez se me pinchó la rueda y tuve que estar sin usarla algunos días. Eso me hizo probar otras bicis y echar más de menos a la mía. 

Mi estancia aquí se va acabando y lo voy notando todos los días, como también lo hacen los de mi alrededor. Sé que en algún momento tendré que revender mi bici y eso me da bastante penilla. Creo que me va a hacer mucha falta cuando vuelva y voy a echar mucho de menos correr y sentir el viento en la cara (más que nada porque en verano al sur, no hay viento ni hay ná). 

Todo esto me está sirviendo para darme cuenta de lo útil y necesario que es una bici, para ir mil veces más rápido a los sitios sin gastar absolutamente nada y, para que al llegar, todas esas preocupaciones, estrés, etc. se disipen y aterrice feliz, con ganas y en calma.